Ayer estuve en un charla de la profesora María José Cano (organizada por el Instituto Darom) sobre la historia y la cultura judías. Hubo un asunto que me pareció muy interesante. Para la profesora Cano una de las singularidades fundamentales del judaísmo es que, tras el año 70 y la desaparición de la casta sacerdotal, la «vida dedicada al estudio» paso a ser el modelo aspiracional al que debía aspirar cualquier judío.
Me parece una idea tremendamente luminosa. El bar mitzvá (es decir, el rito de paso de los niños judíos) no deja de consistir en una lectura pública de la Torá. O sea, para que quede claro, para ser miembro de la comunidad judía (de esos diez miembros que se necesitan para constituir una sinagoga) hay que saber leer. Y como decía Cano, «una vez que empiezan a leer, la tentación de seguir leyendo es muy grande».
Si piensan que desde los primeros siglos de la era cristiana las comunidades judías mantenían a pulmón escuelas para alfabetizar a los niños, se intuye el peso del «estudioso» (y de paso se entienden muchas cosas de la cultura judía).
Ahí veo un paralelismo (remoto pero interesante).
¿Recuerdan aquello de «dejar de estudiar y comenzar a aprender»? ¿No es la «vida dedicada al aprendizaje», la vida hacker el modelo aspiracional de los indianos? La idea de Cano es que ese pequeño cambio en la percepción judía del éxito cambió cada comunidad judía y, en el largo plazo, todo su entorno. Ayer salí convencido de que ese pequeño cambio en nuestra percepción del éxito puede tener un alcance inmenso. Una vez que se empieza a aprender, la tentación de seguir aprendiendo es muy grande.