Estoy teniendo algunos problemas para ordenar todos los materiales sobre el tema en una exposición divulgativa: por un lado, no quiere quedarme corto y, por otro, tengo miedo de aburrir a las ovejas. Pero bueno, entre la escila y la caribdis andas siempre muñeca.
- Un fenómeno curioso
A partir de la 2ª Guerra mundial en los centros de asistencia psicológica y las clínicas psiquiátricas se produjo un fenómeno curioso.
En ese momento la población clínica, que se caracterizaba por su pequeño tamaño y gran gravedad, sufre un cambio y las consultas se empiezan a llenar de numerosos pacientes con problemas persistentes de relación interpersonal muy alejados de las enfermedades psiquiátricas clásicas (esquizofrenia, trastornos psicóticos y casos de depresión mayor).
En general, los nuevos pacientes se caracterizaban por responder a las responsabilidades cotidianas de una manera inflexible o desadaptativa y por poseer percepciones y comportamientos que daban lugar a un incremento de la incomodidad personal a la par que generaban dificultades de aprendizaje y crecimiento. A estos desórdenes se los denominó con el nombre de ‘Trastornos de Personalidad’.
Vale la pena pararnos un segundo para hacer una puntualización que, aunque a algunos pueda parecer básica, nos va a ahorrar muchos malentendidos. La expresión ‘Trastorno de Personalidad’ da a lugar a equívoco a nivel social y tiende a entenderse como sinónimo del ‘Trastorno de Identidad Disociativo’ (la ‘personalidad múltiples). Mientras el primero se refiere a desórdenes en el comportamiento interpersonal, el segundo se refiere a problemas de integración de la conciencia, la memoria y la identidad.
A principios de los 90 (menos de una década después de que el DSM-III consagrara este tipo de trastornos) se estimaba que el 40% de los pacientes ingresados tenían algún trastorno de personalidad. Teniendo en cuenta de que las modalidades leves de estos trastornos no conllevan internamiento psiquiátrico, se pueden hacer una idea de la importancia que tienen para la práctica clínica de la psicología.
La pregunta obvia es si esos trastornos son nuevos o, por el contrario, habían pasado desapercibidos por la psiquiatría del XIX y principios del XX.
Como los que nos dedicamos a ‘las cosas de la cabeza’ tampoco es que seamos muy perspicaces (ya saben que Freud, por poner un ejemplo, ganó el Goethe de Literatura pero no el Nobel – Aunque claro, el único que ha ganado el Nobel ha sido Kahneman y por subrayar que los economistas son menos perspicaces todavía), la cuestión es amplia y controvertida. Las explicaciones abundan, como la que se centra en el éxito de las «relaciones públicas psicológicas» (que habrían conseguido desvincular la psicoterapia de la imagen ‘sórdida’ que había tenido) o las que hablan de un posible ‘efecto Charcot’ (esto es, el fenómeno según el cual el psicólogo encuentra lo que él mismo propaga: la idea de que es el mismo despliegue de la psicología el que genera – ‘inventa‘ – los trastornos).

Algo de todo hay, debemos reconocerlo. Pero tras un análisis de la literatura clínica creo (aunque argumentarlo excede con creces este post) que hay evidencia para sostener que aunque estos trastornos pre-existían a la ‘gran ola’ de nuevos pacientes, sí parece que tras la segunda guerra mundial se da un aumento de casos.
La pregunta es, ¿Por qué?